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5 noviembre 2015

Discurso de Pere Portabella en la inauguración del VII Foro de industrias culturales

Discurso de Pere Portabella en la inauguración del VII Foro de industrias culturales

Texto íntegro de la intervención del presidente de la Fundación Alternativas, Pere Portabella, en el acto de inauguración del VII Foro de Industrias Culturales que se celebró el pasado 5 de noviembre en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

 

 

"No resulta aventurado a estas alturas afirmar que permanecemos atrapados entre un pasado instalado en el presente y un futuro que paradójicamente nos está pisando los talones. Aun así me arriesgaré y empezaré mi intervención utilizando un recurso cinéfilo, el flashback:

Al final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, el General De Gaulle forma su primer gobierno de la Francia libre en el que crea por primera vez el Ministerio de Cultura asignando a André Malraux su gestión con el mandato explícito de situar a “la cultura por encima y al margen del mercado”. En 1981 bajo la presidencia de F. Mitterrand Jaques Lang afirma en nombre del gobierno que  “lo que es bueno para la economía es bueno para la cultura”. De una política dirigida a los creadores se pasó a las empresas culturales bajo el subterfugio de que la política dirigida a los creadores acaba siendo dirigista e intervencionista, lo que provocó que la política de los gobiernos en materia cultural se limitase a la potenciación del hecho industrial de la cultura, la defensa de la identidad, la consolidación de la lengua, la conservación del patrimonio simbólico popular y arquitectónico dejando a la periferia y a la intemperie la creación: en definitiva, las ayudas son para los resultados, cuando en lo que se debería invertir es en el proceso. Hoy el proceso es el resultado.

En febrero de 2014, el Museo Reina Sofía convocó un foro de debate bajo el epígrafe “El nuevo rapto de Europa” (aquí, en este mismo auditorio)  para salir al paso de una lógica financiera dominante que a cambio impone un precio impagable: la misma identidad de Europa como horizonte de cambio y emancipación democrática. Espoleado  por esta urgencia dramática, estos encuentros como el de hoy quieren contribuir a poner las bases de una agencia o gestión cultural y política radicalmente nueva, conscientes de la fragilidad y las contradicciones del sistema y del fin de las esferas publicas tradicionales.

Una expectativa que en el marco de la Internationale, red de museos basada en la horizontalidad entre instituciones pero también entre éstas y la sociedad civil, con el objetivo de apuntalar un proyecto de unión que rompa la frontera entre el debate y la acción organizado en talleres y mesas redondas. En definitiva, un renovado pacto entre instituciones y sociedad civil, puesto que se han acelerado los procesos de agotamiento de instituciones tradicionales tanto como las emergencias y visibilidad de los cambios que se vislumbran en los talleres, las asambleas como lugar y espacio básico de reflexión, debate, consensos y discursos… en definitiva la transversalidad como garantía del impulso expansivo y creativo de la inteligencia colectiva. Comparten proyectos, propuestas y la solidaridad partiendo del empoderamiento de los afectos. Son la gente: nuevo sujeto político determinante. Un salto cualitativo cultural: Generan “mareas” millonarias auto convocadas por los mismos ciudadanos, preservando sin duda la legitimidad de las manifestaciones reivindicativas corporativas. Crean una seria crisis de estado y ocupan espacios públicos con contundencia sin violencia. Hoy, desde las últimas elecciones europeas, autonómicas y municipales ocupan escaños en alcaldías, autonomías y la Unión Europea y se encaran con seguridad y descaro a los inquilinos de las instituciones.

Reflejo de esas transformaciones sociales son algunos cambios políticos, bien visibles en ciudades como Barcelona o Madrid. La cultura entendida en todas sus manifestaciones –pensamiento, literatura, artes plásticas, cine, teatro, música…– está reflejando muchas de esas expectativas, desde las propuestas teóricas que ponen el énfasis en lo comunitario –oponiéndose al individualismo predominante en los años ochenta y noventa.

Creen que la forma actual de capitalismo lleva al mundo a la catástrofe: Climática (falta de voluntad de detener el calentamiento global), política (las decisiones más importantes escapan al control democrático), económica (no se ve salida a la crisis), Existencial (la complejidad humana reducida a una utilidad económica). Y la palabra dique es “Común”. Basta con asomarnos y echar un vistazo:

La revisión del tratado de libre comercio (TTIP) con la UE a requerimiento de EEUU: un auténtico dislate.

La concesión a EEUU de una base para el almacenamiento y uso militar transoceánico en Morón de la frontera. Sin tener en cuenta que la distancia y el tiempo del disparo de un misil desde la base americana de Morón es el mismo que tarda el misil, desde el objetivo a Morón de la Frontera.

El dramático flujo imparable de mujeres, hombres, niñas y niños huyendo de sus territorios de origen en una situación de guerra sin que se haya declarado y de consecuencias apocalípticas ponen en evidencia el fracaso de los estados de la unión como lugar de acogida, pulveriza los principios éticos y morales, valores identitarios del ADN de Europa. La desolación nos hunde en la vergüenza.

Ante la inminente Conferencia Mundial del Clima de Naciones Unidas con la participación de 155 países con el objetivo de conseguir un nuevo acuerdo que sustituya el protocolo de Kyoto, para contener el calentamiento global  por debajo de los 2 grados centígrados. Hoy aún no hay acuerdo, y si lo hubiera sería muy inferior a los dos grados.

Jean ­Luc Nancy, filósofo francés, desarrolla una fórmula metafísica, cómo ser­ en­ común, una liberación del ser humano reducido a mercancía. El Comité Invisible, un colectivo francés, cuyos manifiestos son ávidamente leídos en las universidades europeas, descubre cómo los efectos de la crisis han logrado “arrancarnos del individualismo” y “sentir que el destino de uno está vinculado al destino de otros” para auto organizar la vida en común. En definitiva, la empatía, la gran ausente entre los estados de la unión.

En principio con un punto libertario, han evolucionado a fórmulas híbridas y el pragmatismo. Sus referencias son más prácticas que teóricas, las experiencias ya contrastadas, y más la obra de Elinor Ostrom, la primera mujer que obtuvo el premio Nobel de Economía. Para empezar –dicen Laval y Dardot– hay que entender qué es el neoliberalismo. “Este sistema de normas es el que alimenta la guerra econó­mica generalizada, sostiene el poder del mercado de las finanzas, engendra las desigualdades crecientes, la vulnerabilidad social de la mayoría, precipita la crisis ecológica y fomenta xenofobia y racismo”.

No es difícil deducir que nos enfrentamos a un sistema de estructuras todavía con gran capacidad y disponibilidad para ir asimilando lo susceptible de ser digerido y vendido, acompañadas siempre de la debida contundencia en el momento de dejar en vía muerta todo lo que no entra o no tiene cabida en los sofisticados mecanismos de asimilación y rechazo.

En un pasado cercano era muy rara la presencia de las cuestiones políticas en las instituciones artísticas, actualmente sucede casi lo contrario, apunta el también artista y crítico Marcelo Expósito, a nadie se le ocurre calificar de artísticas las ocupaciones de plazas en el 15M. Pero está fuera de duda la capacidad que tuvieron de experimentar con lenguajes, concebir situaciones de gran intensidad u orquestar acciones performativas de masas. Ahora el reto es democratizar las instituciones. El intento de crear un ‘patronato desde abajo’ en el Macba por parte de Manuel Borja ­Villel es un buen referente de cómo se ha de abrir a la ciudadanía el gobierno de las instituciones culturales. Ese intento no cuajó. Ahora estamos en condiciones de plantear que en los consejos o patronatos de las instituciones tengan voz las organizaciones ciudadanas. El arte tiene una función política que necesita de posicionamientos éticos claros. La práctica artística ha de convertirse en una muestra de ‘resistencia’ a un modelo que pretende mantenerse con obstinación en un espacio de relaciones cada vez más jerarquizado, difuso, globalizado y estandarizado. Esta distancia estratégica es fundamental con respecto al poder, lo detente quien lo detente.

Jesús Carrillo responsable de programas del MNCARS, profesor titular de historia del arte de la Universidad Autónoma de Madrid, en la presentación inaugural del foro decía: para generar esta nueva lógica y esta nueva ética en el propio museo, que la propia institución e incluso la propia práctica artística no lo pueden hacer solos para convertir el museo en una institución realmente crítica. Solo puede serlo si se vincula con una crítica más extensa del rol de las instituciones y una vinculación más directa y más íntima con las dinámicas constituyentes de la sociedad. Un patrimonio que ya no se relaciona con la genética nacional exclusivamente. Un legado de amantes y bastardos, un patrimonio de cualquiera, independientemente de la frontera nacional y el flujo del capitalismo global. Todo esto exige una crítica profunda sobre la propia noción y fundamentos del museo como lugar de acumulación de propiedad.

En este contexto, las instituciones culturales han visto desbordada la misión de mediación a la que debían originalmente su existencia y se debaten a menudo entre la futilidad del espectáculo y su instrumentalización directa por el poder. Demuestran una creciente inadecuación como vehículos de transmisión de las dinámicas y aspiraciones de la sociedad, y en situaciones traumáticas como las actuales se evidencia claramente su incapacidad de generar marcos de referencia, éticos, estéticos y epistémicos válidos.

El grado de adecuación  no ha de ser medido en datos cuantitativos de asistencia o beneficio económico, sino en la capacidad de responder a procesos vivos de construcción social.

La sensación de pérdida que se generaliza en el momento presente deriva no solo del desmoronamiento de los marcos institucionales y del desgaste de los dispositivos, sino de la dificultad de imaginar otros (diferentes) que respondan a las complejidades y potencialidades de las sociedades contemporáneas, más allá de proyecciones más o menos utópicas.

La solución no está en actualizarse continuamente respecto a los nuevos lenguajes y modernizarse tecnológicamente, ni en competir por generar una imagen atractiva y sin conflicto de lo contemporáneo. Estas reformas de naturaleza evanescente y especulativa, no hacen más que contribuir a la situación de confusión general.

Tampoco parece pertinente la llamada contracultural o neoliberal a dinamitar la institución pública y esperar que surja “otra cosa” de sus cenizas, bien espontáneamente o por la intervención del mercado. El museo no se trata de un cuerpo muerto que haya que extirpar – o privatizar – en aras de la salud social o la eficiencia económica.

En términos generales, puede afirmarse de manera bastante rotunda que en la actualidad ni las políticas públicas ni las iniciativas privadas filantrópicas apuestan de una manera firme y responsable, por la cultura artística ni científica y por sus equivalencias liberadoras en el uso de la creatividad ya fuera del mundo del arte, sino que, al contrario, es el producto por encargo el que está ganando la batalla. La recompensa del inversor o del promotor – privado o público – es inmediata en términos financieros. Y este esquema reproduce de nuevo el ecosistema en el que se ha gestado la proyección global de la cultura, porque las finanzas globales requieren la rentabilización en una cultura de alcance global, y es ahí donde son más visibles sus estrategias de posicionamiento en el circulo vicioso  de la era mediática. La cultura subvencionable es la que obtiene visibilidad en un mundo globalizado, porque genera consumo y, en consecuencia, el poder adquisitivo necesario para una inversión efectiva en publicidad que, finalmente, revertirá en más visibilidad, esto es, en una rentabilización inmediata.

Hace pocos días, el director del Museo del Prado Miguel Zugaza, se dolía que bajo el azote de los recortes y la austeridad nadie ha levantado la voz para salvar el arte y salvarnos a todos como sí se ha aclamado en favor de la sanidad o la educación. Zugaza recuerda que el arte es tan terapia como los hospitales y tan enseñanza como los colegios o mera decoración para cerebros limitados. Los museos no tenemos por qué tener éxito y menos, medidos por cifras de visitantes.

Vivimos más pendientes de lo que puede ocurrir que de lo que nos está pasando ahora. Los acontecimientos nos empujan a acelerarnos para pasar bruscamente por períodos maratonianos de (estabilización/estancamiento).

Los tiempos de la política institucional no son los mismos que exigen las iniciativas de los ciudadanos que afloran con fuerza en los ámbitos sociales, económicos, culturales y ecológicos, en los que ya se ha abierto un proceso de cambios significativos para quedarse.

La cultura es un bien de primera necesidad y desde Montaigne sabemos que nos instituye como personas. Las políticas culturales de los gobiernos tienden a potenciar el patrimonio simbólico como exaltación de la tradición y la certificación de nuestras raíces y a la industria porque la “cultura” genera desconfianza al poder político y la vinculación al negocio es la mayor forma de neutralizarla.

En el verano de 2014 apareció un manifiesto iniciativa de científicos e investigadores, avalado por centenares de ciudadanos. “Última llamada”. Decía: “Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible. Tenemos ante nosotros el reto de una transformación de cambio análogo al de los grandes acontecimientos históricos como la revolución neolítica o la revolución industrial del siglo XIX/XX. Una civilización se acaba y hace falta construir una nueva.

Si empezáramos hoy, todavía podríamos ser las y los protagonistas de una sociedad solidaria, democrática y en paz con el planeta”. Por cierto tan cerca del sentido común como de la falta de voluntad política, la incapacidad o la impotencia para alejarnos del abismo.

Y hay que insistir en lo que decía y mantenía Bourdieu que lo que llamamos “trabajadores de la cultura” en la medida en que tienen una dimensión pública inexcusable, existen únicamente si (1) el mundo intelectual o artístico autónomo, aquí significa relativamente independiente de los poderes religiosos, políticos, económicos, etc., al que pertenecen les reconoce cierta autoridad, y (2) si implican o invierten esa autoridad en luchas políticas concretas. La amenaza contra la autonomía de los creadores es, por tanto, una amenaza de la exclusión del debate público de los artistas e intelectuales, y básicamente procede de la interpenetración cada vez mayor del mundo de las finanzas y del de la cultura, así como de la manipulación política de la misma.     

La promiscuidad entre industrias culturales, inversores y programadores artísticos genera una superestructura de alcance mundial que somete a los creadores a un cedazo de modas y estilos, dejando jirones de creatividad por el camino: el mercado no puede ser el único indicador cultural.

El archivo de nuestras memorias y la cultura en un mundo virtual, las redes sociales, la aceleración de las tecnologías más avanzadas de la información afectan al tiempo de pensar, tiempo de crear y tiempo de experimentar. De hecho, “el espacio cultural” está en plena mutación y mudanza.

Un complejo universo transmedia que integra música, literatura, cine, juegos. En definitiva propone una respuesta creativa que ponga bajo los focos los agujeros negros del poder. Los cambios estructurales no provienen de la promiscuidad de la tecnología, sino del uso el para qué, cómo y quién.

La afirmación de unos lazos culturales europeos-aunque sean débiles, del orden de las actitudes, del tipo de relación con el pensamiento y con la creación/es muy importante para poder seguir avanzando en la configuración de un verdadero demos europeo. Es decir, la Europa política no será verosímil sin un espacio pluricultural europeo, que ponga en contacto la diversidad cultural del continente.

La creación de un buscador europeo de la cultura, que facilitara el acceso a la información sobre las artes y las humanidades en Europa. Los buscadores son poderes culturales enormes. No podemos depender de Google. Europa debe generar instrumentos para dibujar sus caminos de confluencia para que lleguen al mundo.

Generan nuevas maneras y formas de práctica política, transversal, dinámica, ampliamente participativa y fluida, capaz de asumir responsabilidades adaptables a la actividad institucional y de gobierno, con una mejor sintonía y accesibilidad hacia sus electores. Una vía fundamental para poner en valor la democracia, (porque el problema no es la democracia si no su calidad la que está en peligro.)

En definitiva, el principio de igualdad, la regeneración democrática que ya le ha dado la vuelta a nuestro mapa sociológico del voto y ha provocado una profunda crisis política de las estructuras del estado español. Un impulso y un entusiasmo que ha desencadenado la empatía entre los ciudadanos que refuerzan su cohesión social y los vínculos de pertenencia i convivencia. Un auténtico proceso de mutación en la terminología y en los códigos de acuerdo con el cambio de valores.

 

–          Bien común                                                – Metahabilidades

–          El principio de igualdad                           – Ética

–          Masa crítica politizada movilizada       – Estética

–          Mudanza                                                    – Efímero

–          Mutación                                                    – Empatía

Estas iniciativas harían creíble la idea de que la Unión Europea tiene un proyecto cultural compartido. Y que una política cultural no es sólo un sistema de ayudas económicas y subvenciones. El complemento de todo esto sería una redefinición de los criterios de las ayudas públicas y una mayor transparencia en su gestión, para desvanecer la idea de que la política cultural europea es sólo cosa de lobbys y de un entramado burocrático alejado de la creatividad real".

 

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