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La industria cultural se olvida de las mujeres
La industria cultural se olvida de las mujeres
Las autoridades públicas, en el ámbito de sus competencias, velarán por hacer efectivo el principio de igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres en todo lo concerniente a la creación y producción artística e intelectual y a la difusión de la misma. Así comienza el Artículo 26 de la Ley de Igualdad, pero a juzgar por los datos que salieron a relucir en el encuentro que organizó la Fundación Alternativas –titulado ‘Género e igualdad en la Cultura’-, España aún está muy lejos de cumplirlo.
El acto, en el que se dieron cita varios expertos en el entorno cultural español, sirvió para establecer contactos y aunar esfuerzos en pos de la equidad, y fue un aperitivo de futuras reuniones y del capitulo que está elaborando Patricia Corredor dedicado a género y participación cultural, para el Informe sobre el Estado de la Cultura 2017 coordinado por Enrique Bustamante.
Los datos son lapidarios, y a día de hoy la brecha entre hombres y mujeres parece insalvable. Un apunte esclarecedor: en la pasada edición de la feria ARCO, el 22% de los artistas presentes eran mujeres, y sólo el 4% españolas. Y estos números se pueden extrapolar, grosso modo, a todas las disciplinas artísticas.
En el cine, el rol de la mujer suele ser de comparsa del hombre en la mayoría de las producciones, y cuando es la fémina la protagonista, el papel que representa se ajusta casi siempre al de malvada o maquiavélica. “Grandes autores como Chéjov, Tennessee Williams o Arthur Miller escribieron para mujeres, pero no se ve reflejado en el séptimo arte”, se queja Silvia Marsó, actriz y miembro de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA).
La industria cultural española es una pirámide de poder con una estructura muy definida donde los puestos de mando están copados exclusivamente por hombres, y cuando una mujer llega a la cima -rara vez- ha tenido que adoptar el papel masculino y renunciar a ser madre, porque la conciliación familiar es casi una utopía en un país como España. Esta discriminación se ve asimismo reflejada en los salarios, mucho más bajos para ellas.
Y el asunto tiene además su punto irónico, ya que cada año salen más mujeres que hombres de las facultades de Bellas Artes -incluso el público de los museos españoles es mayoritariamente femenino-, pero esto no se traduce una vez que se ponen a escalar la dichosa pirámide; y los directores de las pinacotecas son todos hombres.
Concursos literarios
Lo mismo ocurre en el mundo de los libros, donde la gran mayoría de autores conocidos, en prosa y verso, son también hombres; y en los concursos literarios, que desprenden, según Nieves Álvarez, de Mujeres en la Artes Visuales (MAV), un tufillo sospechoso: “De 47 premios que he podido analizar, sólo dos cumplían con la Ley de Igualdad: los jurados estaban repletos de hombres y los premiados eran casi siempre hombres”.
Y eso que el famoso Artículo 26 es claro al respecto, y establece, en uno de sus apartados, la necesidad de promover la presencia equilibrada de mujeres y hombres en la oferta artística y cultural pública.
Según María García Zambrano, presidenta de la asociación de poetas Genialogías, “las grandes poetisas no están en los libros de texto de los institutos ni en el imaginario colectivo; nuestro objetivo es rescatarlas del olvido y que los alumnos acaben el bachillerato conociéndolas”.
Concha Jerez, miembro de Mujeres por las Artes Visuales (MAV) y Premio Nacional de Artes Plásticas 2015, advierte: “Las nuevas generaciones son enormemente conservadoras y la tendencia es peligrosa. Estamos ante un problema que afecta al conjunto de la sociedad; los programas culturales están desapareciendo de los partidos políticos”.