En 1973, Olweus describe el acoso escolar como una “conducta agresiva, intencionada y perjudicial, persistente, mantenida en el tiempo (semanas, meses o años), guiada por un individuo o un grupo, y donde la víctima es incapaz de defenderse y se desarrolla en el ámbito escolar”. Estas características delimitan un concepto de forma clara y excluyen acciones aisladas y acciones fuera del ámbito escolar; cuando es en el ámbito laboral se denomina mobbing, y lo que acontece en la calle o fuera del ámbito escolar es simple y llanamente violencia. Se ha registrado un incremento de la incidencia de forma progresiva, con tasas del 25%; si es de forma habitual se sitúa en torno al 15%, y con violencia grave llega al 2,9%. La mayor parte de los estudios sitúan la edad de riesgo entre los 13-15 años. En cuanto al género, es mayor en chicos que en chicas.
Existe la posibilidad de padecer psicopatología asociada, tanto en los acosadores como en los acosados. También se describe una posible mortalidad incrementada, por suicidio o por accidentes, en el seno de la propia agresión. Cuando se establecen cuadros clínicos claros, los síntomas pertenecen a un elevado nivel de ansiedad, somatizaciones, trastornos del comportamiento, dificultades de concentración y de aprendizaje, síntomas depresivos, aislamiento social, miedo generalizado, trastornos de la alimentación, trastornos del sueño, conductas regresivas y trastornos disociativos y conversivos.
Del bullying al ciberbullying: la evolución del acoso en la infancia y la adolescencia
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