Hace 25 años, con la firma en agosto de 1987 de la segunda fase de los “Acuerdos de Esquipulas”, nombre de la ciudad de Guatemala donde tuvieron lugar las sesiones, se abría un horizonte de paz para toda América Central, sembrada de ejércitos irregulares y democracias fallidas. Estos acuerdos impulsados por el denominado Grupo de Contadora (México, Colombia, Panamá y Venezuela), al que se sumó el presidente Arias de Costa Rica, estaban dirigidos a la pacificación de las naciones más inestables de Centro América: Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala, estableciendo políticas de desarme de grupos irregulares, elecciones libres y demás requisitos para restablecer el orden democrático y aislar los focos de violencia.
Estando por entonces Nicaragua gobernada por los sandinistas liderados por Daniel Ortega, que habían depuesto al histórico dictador Anastasio Somoza, ese país se presentaba en aquel momento como el mayor obstáculo regional en la relación con los Estados Unidos de Ronald Reagan, un ferviente anti comunista. Por ello los acuerdos de Esquipulas tenían la virtud de ofrecer salida para los sectores en pugna, una visión democrática para el Gobierno nicaragüense que para ello debía ceder y otorgar elecciones libres y, a la vez, una barrera de contención a la pretensión norteamericana de deponer a Ortega por otros medios (recordar el caso de “los contras”). Finalmente, Ortega perdería el poder ante los grupos liberales en las elecciones de 1990.
Nicaragua: la tragedia del personalismo
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