Este 24 de febrero se cumple un año de la invasión de Ucrania ordenada por Putin. Y a estas alturas de la guerra, el mundo continúa sin saber cómo terminará el conflicto. Lo de “altura” va en su sentido literal: porque el conflicto no ha dejado de escalar, en intensidad política y en el uso de armas proporcionadas por Occidente. Unas armas cada vez más potentes y sofisticadas: desde los Javelin, Stinger, o HMARS de ayer, a los Leopard I (obsoletos) y II (punteros) de hoy, y quién sabe si los aviones cazas de mañana, cuando empiecen los combates aéreos en serio.
La respuesta militar por parte europea, sin embargo, se queda corta frente a la guerra comercial, directa, de las sanciones masivas impuestas a Moscú. A la invasión más brutal vista en Europa desde la Segunda Guerra mundial, la “coalición sancionadora” más grande y potente de la historia (más de 50 economías) respondió con las sanciones más colosales de la historia moderna.
¿Qué balance mínimamente objetivo y sereno, y de conjunto, puede hacerse en este momento? Resulta obvio que las sanciones están siendo “exitosas” en cuanto están causando graves daños coyunturales y estructurales a la economía rusa: déficit, disrupciones en el precio de petróleo y gas, pérdidas en varios sectores, huidas de empresas y de inversión extranjeras, o daños a base tecnológica. Sobre este punto existe ya bastante literatura al respecto de diversas organizaciones europeas o norteamericanas: organismos oficiales, consultoras, o think tanks. Con el matiz (no insignificante) de que los análisis de fuentes especializadas procedentes de Asia oriental o del Golfo Pérsico suelen tener un sesgo menos rotundo en ese sentido.
Sanciones a Moscú: amargo éxito en el primer aniversario
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